Mi nombre es Gaspar Gorodisch
Soy de Buenos Aires, Argentina. Tengo 28 años y mi camino artístico nunca fue una línea recta. No tenía un plan, pero sí un deseo claro: explorar. Me sumergí en la cocina, la música y el diseño industrial, probando técnicas, descubriendo materiales, experimentando procesos. Acumulé gestos y formas de hacer que encontraron su síntesis tanto en la cerámica como en la fotografía, dos lenguajes donde la transformación de la materia y de la imagen dialogan de manera distinta, pero con la misma intensidad.
Mi formación está dada por un diálogo con diferentes artistas y espacios , trazando mi propio mapa, lo que me llevó a vivir experiencias significativas tanto en Argentina como en el extranjero. Me he sumergido en la comunidad cerámica participando en varios talleres internacionales, donde, además de ampliar mi técnica, tuve la oportunidad de conectar con personas de diversas culturas y enfoques, lo que enriqueció aún más mi perspectiva sobre la cerámica como lenguaje y expresión artística. Durante mi tiempo como aprendiz de Adam Field, por primera vez vi el funcionamiento de un taller desde adentro, me sumergí por meses en ese mundo en donde también conocí a Virgil Ortiz y Justin Reese en el Archie Bray Foundation en Helena, Montana. De día trabajaba con Adam y, muchas noches, me quedaba con Virgil y Justin en el taller, fotografiándolos, grabando sus procesos y compartiendo esa inmersión total en el oficio. También tomé cursos con Danny Meisinger en Kansas, enfocándome en el torno, y con Simon Levin, profundizando en horneada de leña. Es en el diálogo con otros artistas donde siempre encontré la posibilidad de pensar la cerámica como un lenguaje en sí mismo.
La cerámica es el espacio en donde mi gesto encuentra su máxima expresión. Un espacio donde mis experiencias previas se mezclan, se expanden y toman forma de maneras inesperadas. En mi acto creativo trabajar la arcilla es un diálogo con lo incierto: cada pieza le da lugar al accidente. Ahí, en lo impredecible, es donde mi práctica encuentra sentido.
Mi acto creativo explora la tensión entre estabilidad e inestabilidad, el juego entre lo que se cae y lo que se mantiene. Esto se convierte en la columna vertebral de mis piezas, que exploran y desafían constantemente los límites del equilibrio. Mi práctica creativa está atravesada por la pregunta de qué hacer con la ruptura, cómo habitar lo roto y dar lugar a lo incierto de lo que viene
Estas investigaciones surgen a partir de mi propia historia. De las limitaciones que tuve y tengo con mi propio cuerp. Estas múltiples rupturas a lo largo de los últimos años fueron el punto de inflexión que dio forma a mi arte y mi aproximación a la cerámica.
Ese ciclo de quiebres y reconstrucciones no solo dejó huella en mi cuerpo, sino que se convirtió en el núcleo de mi obra. No son una herida que busco cerrar, sino la estructura sobre la que construyo.
Cuando una pieza se rompe, sin importar en qué instancia del proceso, tomo esa ruptura como gesto. Le doy un nuevo significado, en vez de un final anticipado. No atormentarse por lo roto, no se trata solo de una práctica de aceptación sino de cómo entender otras dimensiones de la pieza: la ruptura puede ser la protagonista de una pieza.
Yo sigo “roto”. Intento no ocultarlo. Así también le sucede a mis piezas: cuando una pieza se rompe y parece condenada, es ese preciso momento donde más me detengo a observarla. En lugar de descartarla, la leo: veo qué líneas abrió, qué tensiones reveló. Busco esos momentos en donde lo inesperado abre nuevas posibilidades